Colaboración de Manuel Tespan de Izalco
¡Ya comieron? decía el tío Alfredo, dándole una chupada al puro que casi nunca faltaba en su boca, luego de habernos zampado mis primos y yo el desayuno dominguero al que nos invitaba, que invariablemente consistía en tamales, envueltos en hoja de plátano, la quesadilla de arroz con suficiente queso, y el pocillo de leche o café; esto siempre que hubiéramos ido a misa en la parroquia de Asunción, si no, no había tal desayuno.
Luego agregaba muy serio, “Pues hombre” y esa era la frase que esperábamos atentos todos para escuchar alguna anécdota divertida donde el tío era el protagonista o participante activo en la misma.
Las fiestas de febrero
Contaba el tío que para esa época de viajes a caballo, en tranvía tirado por mulas, o lo popular, a pata hacia Sonsonate, era casi un pecado no ir a ver los circos que llegaban, montarse en las ruedas mecánicas y las de caballitos. Por ayudar a empujar la rueda lo dejaban a uno montarse de choto, pero no a los caballos si no que donde estos iban pegados, arrastrando las patas en el suelo para luego bajarse a empujar de nuevo por que el jueputa que corría arriba nos daba con un barzón si no nos bajábamos a empujar, pero a pesar de eso había delicias que disfrutar como las manzanas de California, los panes con pavo, especialmente los de Chevo que eran los mejores, las frutas que traían los chapines a vender e irles a capiar a las putas que se sentaban provocativas en los salones donde llegaban los bolos a tomar cerveza y a ver si echaban un su polvo que costaba en ese tiempo cuatro reales (0.50) del añorado Colón.
En fin era necesario ir a dar una vuelta para las fiestas de la Candelaria; y habiendo reunido mis buenos diez reales (1.25) me dispuse junto con mi amigo Lico (alias el cuico) a irnos a pata para las fiestas y a eso de las dos de la tarde del día dos empezamos a caminar por la llamada calle vieja donde corría el tranvía, felices platicando y comentando de antemano lo que haríamos al llegar al “pueblón”. A eso de las tres y después de haber volado lengua, mas que caminado, nos encontramos a una señora con un canasto de pan sobre la cabeza ¡y como huelía el pan! al chero Lico se le despertó el apetito y me dijo: “¿querés pan caliente oh?” No, le contesté, pensando en que en la feria encontraría cosas mas sabrosas, vino él y compró cuartillo de pan por lo que le dieron una tira completa de la cazueleja, partida a lo ancho y sin trámite alguno se lo rempujó en el galío. Al poco rato de caminar pasamos por donde nace el río “Ceniza” y en una pocita de agua fresca y cristalina de ese tiempo nos agachamos sedientos por que ya el calor y el polvo nos llevaba con el buche seco. Bueno, llegamos a Sonzacate y felices vimos a la multitud de romeros que caminaban hacia Sonsonate a paso ligero para poder ir a hacer la visita a la entonces Parroquia Mayor de Nuestra Señora de Candelaria y luego de cumplir con este rito irse a vagar por las calles disfrutando de las cosas que veían.
Al salir de la iglesia me dijo Lico, “puta vos, ya se me retorció la tripa y me dieron ganas de cagar” a lo que le respondí: mira vos, aquí no estas en Izalco donde nomás te arrimas a un palo y ya, nombre, aquí tenés que ir a un obradero, “¿que es eso?” me dijo Lico. Pues mirá, le dije, son unos lugares que alquila la alcaldía a algunas gentes y éstas los convierten en sitios donde ir a cagar sin que te miren, bueno tienen alrededor lámina, un cajón con un hoyo al centro y un hoyo abajo, donde cae la caca, pero tenés que pagar cuartillo por cada cagada. “Ni modo”, dijo aquel y diciendo y haciendo, nos fuimos a un obradero que nos dijeron era bueno: “El Tecolote”, porque la vieja bigotuda que lo cuidaba daba hasta papel de diario para limpiarse. Lico fue al lugar y salió cherche de la juerza que hizo, y dijo que había echado hasta el nombre para ya no volver a ir; y nos fuimos en busca de diversiones. Al rato, me dice Lico: “puta Fredi, ya me dieron ganas otra vuelta”, y allá iba Lico al Tecolote de nuevo. Y en la tercera, mas tardó en entrar que en salir y le dijo a la bigotuda:
- Devuélvame mi cuartillo.
- Puta, le dijo la señora, ¿y por qué?
- Mmmm, porque pedo era.
- Pues aquí se paga por entrar así es que ándate mucho a la mierda mono pasmado.
Con las cajas destempladas me dijo Lico:
- pues, mira Fredi, quizás me voy de regreso al pueblo.
- ¡hachís por qué vos?
- Es que… yo sólo traía un real y con el pan y las cagadas se me acabó el pisto y vos no me vas a dar para ir a cagar.
Así es que allí se acabó el encanto y tomamos camino de regreso al pueblo a eso de las seis de la tarde. Ya habíamos hecho la mitad del camino y todavía oíamos la música de la banda que acompaña a las carrozas y veíamos las luces de los cohetes y sus explosiones cuando a Lico le dieron ganas otra vez y se fue a meter detrás de un matorral. Me senté a esperarlo mientras pensaba en las cosas que decía el tío: “no beban agua después de haber comido pan caliente, y váyanse a la mierda que ya va a ser hora del cine de las diez”