viernes, 20 de febrero de 2009

LOS CUENTOS DEL TIO ALFREDO

Colaboración de Manuel Tespan de Izalco


¡Ya comieron? decía el tío Alfredo, dándole una chupada al puro que casi nunca faltaba en su boca, luego de habernos zampado mis primos y yo el desayuno dominguero al que nos invitaba, que invariablemente consistía en tamales, envueltos en hoja de plátano, la quesadilla de arroz con suficiente queso, y el pocillo de leche o café; esto siempre que hubiéramos ido a misa en la parroquia de Asunción, si no, no había tal desayuno.

 

Luego agregaba muy serio, “Pues hombre” y esa era la frase que esperábamos atentos todos para escuchar alguna anécdota divertida donde el tío era el protagonista o participante activo en la misma.

 

Las fiestas de febrero

 

Contaba el tío que para esa época de viajes a caballo, en tranvía tirado por mulas, o lo popular, a pata hacia Sonsonate, era casi un pecado no ir a ver los circos que llegaban, montarse en las ruedas mecánicas y las de caballitos. Por ayudar a empujar la rueda lo dejaban a uno montarse de choto, pero no a los caballos si no que donde estos iban pegados, arrastrando las patas en el suelo para luego bajarse a empujar de nuevo por que el jueputa que corría arriba nos daba con un barzón si no nos bajábamos a empujar, pero a pesar de eso había delicias que disfrutar como las manzanas de California, los panes con pavo, especialmente los de Chevo que eran los mejores, las frutas que traían los chapines a vender e irles a capiar a las putas que se sentaban provocativas en los salones donde llegaban los bolos a tomar cerveza y a ver si echaban un su polvo que costaba en ese tiempo cuatro reales (0.50) del añorado Colón.

 

En fin era necesario ir a dar una vuelta para las fiestas de la Candelaria; y habiendo reunido mis buenos diez reales (1.25) me dispuse junto con mi amigo Lico (alias el cuico) a irnos a pata para las fiestas y a eso de las dos de la tarde del día dos empezamos a  caminar por la llamada calle vieja donde corría el tranvía, felices platicando y comentando de antemano lo que haríamos al llegar al “pueblón”. A eso de las tres y después de haber volado lengua, mas que caminado, nos encontramos a una señora con un canasto de pan sobre la cabeza ¡y como huelía el pan! al chero Lico se le despertó el apetito y me dijo: “¿querés pan caliente oh?”  No, le contesté, pensando en que en la feria encontraría cosas mas sabrosas, vino él y compró cuartillo de pan por lo que le dieron una tira completa de la cazueleja, partida a lo ancho y sin trámite alguno se lo rempujó en el galío. Al poco rato de caminar pasamos por donde nace el río “Ceniza” y en una pocita de agua fresca y cristalina de ese tiempo nos agachamos sedientos por que ya el calor y el polvo nos llevaba con el buche seco. Bueno,  llegamos a Sonzacate y felices vimos a la multitud de romeros que caminaban hacia Sonsonate a paso ligero para poder ir a hacer la visita a la entonces Parroquia Mayor de Nuestra Señora de Candelaria y luego de cumplir con este rito irse a vagar por las calles disfrutando de las cosas que veían.

 

Al salir de la iglesia me dijo Lico, “puta vos, ya se me retorció la tripa y me dieron ganas de cagar” a lo que le respondí: mira vos, aquí no estas en Izalco donde nomás te arrimas a un palo y ya, nombre, aquí tenés que ir a un obradero, “¿que es eso?” me dijo Lico. Pues mirá, le dije, son unos lugares que alquila la alcaldía a algunas gentes y éstas los convierten en sitios donde ir a cagar sin que te miren, bueno tienen alrededor lámina, un cajón con un hoyo al centro y un hoyo abajo, donde cae la caca, pero tenés que pagar cuartillo por cada cagada. “Ni modo”, dijo aquel y diciendo y haciendo, nos fuimos a un obradero que nos dijeron era bueno: “El Tecolote”, porque la vieja bigotuda que lo cuidaba daba hasta papel de diario para limpiarse. Lico fue al lugar y salió cherche de la juerza que hizo, y dijo que había echado hasta el nombre para ya no volver a ir; y nos fuimos en busca de diversiones. Al rato, me dice Lico: “puta Fredi, ya me dieron ganas otra vuelta”, y allá iba Lico al Tecolote de nuevo.  Y en la tercera, mas tardó en entrar que en salir y le dijo a la bigotuda: 

- Devuélvame mi cuartillo.

- Puta, le dijo la señora, ¿y por qué?

- Mmmm, porque pedo era.

- Pues aquí se paga por entrar así es que ándate mucho a la mierda mono pasmado. 

Con las cajas destempladas me dijo Lico: 

- pues, mira Fredi, quizás me voy de regreso al pueblo. 

-  ¡hachís por qué vos?

- Es que… yo sólo traía un real y con el pan y las cagadas se me acabó el pisto y vos no me vas a dar para ir a cagar.


Así es que allí se acabó el encanto y tomamos camino de regreso al pueblo a eso de las seis de la tarde. Ya habíamos hecho la mitad del camino y todavía oíamos la música de la banda que acompaña a las carrozas y veíamos las luces de los cohetes y sus explosiones cuando a Lico  le dieron ganas otra vez y se fue a meter detrás de un matorral. Me senté a esperarlo mientras pensaba en las cosas que decía el tío: “no beban agua después de haber comido pan caliente, y váyanse a la mierda que ya va a ser hora del cine de las diez”



1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajaja me gusta escuchar las historias de antes